Sabido es que cualquiera de estos mundillos que se nos proyectan desde la superficie de la literatura no se reducen a las 100 y pico de páginas (menos o más) del impreso o el formato en el que lleguen hasta nosotros; sino que casi está claro que son la sumatoria de todo el caudal de mundo – literario o no, y lo digo de pronto así como si pudiesen plantearse claras fronteras entre una y otra cosa - que uno lleva a cuestas a la hora de lidiar con esta clase de ficciones.
Se me ocurre entonces que ya en las primeras páginas que leo de “Ocio” y en las que Andrés Stella de sopetón me mete en sus formas de mundo… “Yo estoy, desde hace meses, hundido en el ocio. Como, cago, duermo; soy una biología que no tiene rumbo”… no pueden menos que empezar a filtrarse - como en una especie de gesto de gotera difícil de domesticar – las imágenes de Silvio Astier, Erdosain, el extranjero, Roquentin, el mito de Sísifo y otros; y claro… el arsenal de nociones sobre existencialismo con las que uno a veces se afanó en darle forma a todo esto, quizás menos prácticas de lo que uno quisiese asumir, pero de las que convengamos está complicado desentenderse.
Luego, leer “Ocio” y a Andrés Stella desde estos lugares, no sé si de pronto será un desacierto o un gesto que no se ajuste al caso, pero de cualquier modo sí será un movimiento se diría casi fatal y digo más: es muy probable que insuficiente. Quiero decir con ésto que uno podría caer entonces en primera instancia en lo predecible y pensar al Andrés de Casas como un Sísifo hecho a la medida de lo contemporáneo o como un nuevo formato nacional de los personajes artlianos que de uno u otro modo se han descocado por afirmar-se su existencia encontrando indistintamente el punto de fuga en territorios sancionados socialmente, llámese esto robo o tráfico de drogas. Y esta es la parte en la que podríamos entrar a desmenuzar conceptos jodidos como el de la ascesis de la abyección o bien traer a colación alegorías como la del juguete rabioso entretejiendo cita tras cita hasta al fin darle la razón a Borges, porque sí que la tuvo clara el don cuando nos vio a todos y a cada uno condenados ad infinitum a una cadena de tautologías. Pero francamente todo ésto, esta alternativa de aproximación al mundo de Andrés Stella y los suyos, ahora mismo puede estar resultando aburrida; a mí por cierto que un poco, por eso o simplemente por un antojo que no me explicaré de dónde viene, prefiero sentir al “Ocio” de Casas desde otras zonas.
Prefiero pensarme en mi cama leyendo Ocio. Haciendo ocio. Si hay un ejercicio en esta vida que tiene chance de ser un acto lúcido se diría casi con certeza que es éste, el de la lectura, y más: el del ocio; y sin embargo, la atmósfera de sopor que está en el cuerpo de Andrés y un poco más allá de él, está aquí, mientras leo Ocio. Parece que estamos durmiendo. Pero no. Y cada párrafo es casi desmedidamente rezagado, lerdo… (apenas podría tocar el intersticio exacto en que lo siento así) pero yo me quedo ahí, hasta la última página, sin interrupciones. Como si ahí estuviera sucediéndolo todo, como si ahí pudiera sucederlo todo. Como si la dinámica existencial y el cambio en el estado de cosas pudiera estar condensado en la nada y en esa sensación de ucronía e inalteridad; porque eso es lo que está flotando mientras leo Ocio. Prefiero remitirme justamente a lo que me queda suspendido en el cuerpo y en la cabeza cuando termino de leer Ocio, para lo que hasta hoy no he encontrado rótulos precisos.
Sólo diré entonces a tientas vacío. Sólo diré una imagen mental: uno, horizontal, en cama, en semi-oscuridad, mirando al techo como en un nopasanada. Sólo diré que días después terminé casi como siempre en el google y en los estantes de mi biblio afanándome en darle forma a la cosa. Y el ocio es entonces, dice wikipedia, un tiempo libre y recreativo que se usa a discreción; y que debe tener, como toda actividad, un sentido y una identidad, ya que si no tiene sentido es aburrido.
Y no. Este, de pronto, no sé si se trata del ocio de Andrés Stella. Libertad para – sentido – identidad… no sé si son carátulas que se puedan amoldar al personaje de Casas.
- Hoy puede cambiar tu vida – dijo.
- Al ritmo que voy me parece imposible – dije, mientras me sentaba.
- ¿Sí?
- Yes, no hago nada o casi nada.
- Nadie hace nada – dijo Roli sonriendo – Pero ¿qué clase de nada? Es decir… ¿te quedás
levitando en un rincón? Porque si podés levitar ahí ya tenemos un negocio.
- Escucho música, me masturbo, como y cago – le contesté.
- Todo un estilo, pero hasta para eso se necesita plata.
Me quedé pensando que como mi existencia era un capricho de mi viejo, no estaría nada mal que él me mantuviera para siempre…
En realidad, la vuelta sería trabajar. Tener un trabajo te fija, te da cierta regularidad frente a tus familiares…
Andrés Stella casi si diría no elige el ocio. El ocio viene de prepo sobre él. O bien es tal la simbiosis entre estos dos elementos, entre estas dos ficciones, que difícil será establecer qué tiene determinación sobre qué. La cosa es más bien retroalimentativa. O no, “determinismo” aquí sería una mala palabra: ni Andrés tiene la suficiente libertad para decidir caer en el ocio, ni el ocio es del todo una fuerza que se le pueda imponer. Eso simplemente está ahí, casi no hay elección, y es más que complejo.
Pero algo sí, en medio de todo, me es menos nebuloso. El ocio de Andrés lo trasciende en su condición de individualidad, y es aquí cuando puede desprenderse uno de casi todo el caudal de lecturas que carga a la hora de enfrentarse a una nouvelle como la de Casas. El ocio de Stella es un signo generacional, es una alegoría que habla ya de la masa, de una cosa más colectiva, si se quiere más nacional. Y más contemporánea. Al margen o en paralelo de los dilemas existenciales y familiares que puedan encarnarse en un sujeto en concreto. Y lo más simpático, por eso, es que esta vez con Casas pude hacer empatía. Andrés Stella está a la vuelta de mi esquina, sé que conozco a este personaje. Erdosain, Astier, Meursault, etc… puedo figurármelos en el entramado social y en contexto, pero no los conozco. A Andrés, en cambio sí. Ha sido y casi sigue siéndolo, una pieza de mis mundos.
Si al final algo puedo decir entonces sobre Ocio es que es eso: la mimesis en el campo de la literatura de algo más tangible para nuestra generación. Los resultados de los engranajes socio-políticos de la Argentina de los últimos tiempos. El producto del menemismo y del delarruismo en la subjetividad social, están de una u otra forma en cada pintura y capítulo que se nos grafica desde Andrés y los suyos en el texto de Casas. Este, luego, no ha sido ni más ni menos que el ocio que vino a caer sobre muchos de nosotros y nuestra argentinidad.