martes, 17 de abril de 2012

El estudiante: el espectador incomodo


¿Qué se puede decir sobre una película como El Estudiante? ¿Qué se puede comentar, observar, remarcar que no haya sido ya dicho a través de todos los premios que ha ganado?
Talvez se pueda comenzar por la impecable puesta de cámara y la pertinencia de las locaciones, por la fuerza que posee el contexto y por lo atinado del vestuario y decorados, tan conocido para quienes, de una u otra manera alguna vez engrosamos las filas de los estudiantes universitarios.
O también se podría hacer referencia a los diálogos, tantas veces escuchados, o al timing en el relato, donde la precisión en los giros hace pensar en una situación quirúrgica.
Sin embargo, creo que uno de los aspectos más destacables es la sutileza de los actores y la pertinencia de sus gestos, miradas, posturas… pequeñas, nada exagerado, nada torpe, nada demasiado remarcado: como ejemplo, la escena en la finca de Acevedo. Roque llega y saluda a Paula y el profesor que estaban conversando. Ella baja la mirada, sonríe, saluda y la acción sigue. Tres gestos casi imperceptibles pero que se cuelan en la conciencia del espectador de manera subrepticia, inconsciente, al pasar. “Aquí pasa algo” se piensa, pero... cuando? Ese lugar vouyerista que nos toca, siempre husmeando, chusmeando algo que le pasa a otro con el que no logramos identificarnos del todo porque resulta que no es un héroe en términos clásicos que se rasga las vestiduras por la justicia social o por el amor de su chica.
Mas bien Roque parece un tipo calculador, un tipo que arma alianzas según su conveniencia, aunque finalmente, vengamos a enterarnos que el resto de los personajes también lo hace.
Pero volvamos al idioma. Y no me refiero al porteño-misionero-correntino-provinciano que escuchamos con S comidas… sino a ese idioma de discurso protopolítico que tan bien aprende Roque desde la primera vez que ve a Paula.
Para quienes hemos pasado por alguna carrera de corte social, ni falta hace (tal como sucede en la película) que nos digan qué estudia Roque. Ni siquiera importa porque el discurso en tan esquemático, tan de manual que casi resulta repulsivo: “social”, “compromiso”, “pueblo”, “estudiantes”, “compañeros” y un largo etcétera de lugares comunes que son puestos en jaque a lo largo de la cinta, como en la incómoda escena en que Paula lo increpa pidiendo justificaciones sobre su elección y Roque, tartamudeando, intenta reunir una serie de argumentos que se quedan en la nada… mientras el espectador se acomoda en su silla esgrimiendo en su cabeza (con más o menos éxito) la respuesta que Roque no logra.
Después viene la parte del western, las peleas, el incendio, el amor, la familia y el epílogo.
Todos los elementos acomodados prolijamente para que podamos deslizarnos comodamente hacia el desenlace.
Roque y el narrador omnisciente (elemento tan sorprendente en esta película como muy utilizado en el cine) nos llevan de paseo por los pasillos, aulas, estacionamientos, fiestas, plenarios y elecciones de la Universidad de Buenos Aires para vivir una historia, que si bien tiene todos los elementos palpables de la realidad más prosaica, también cuenta con los mas deliciosos del cine.