La idea es simple: poder generar un espacio donde ver películas con un criterio artístico y cinematográfico además del disfrute del cine como el mejor entretenimiento. A esto se le suma la posibilidad de accionar sobre la realidad actuando como un cine club comprometido con su tiempo y espacio y amplia sus actividades a sectores barriales, asociaciones civiles, etc.
miércoles, 28 de abril de 2010
martes, 27 de abril de 2010
500 días con ella (de Mark Webb)
Ésta es una historia de chico encuentra chica... La mecha se enciende desde el primer día, cuando Tom (Joseph Gordon-Levitt) un arquitecto en ciernes convertido en un sensiblero escritor de tarjetas de felicitación, se encuentra con Summer (Zooey Deschanel), la bella y fresca nueva secretaria de su jefe al bajar del avión proveniente de Michigan. Aunque aparentemente está fuera de su alcance, Tom pronto descubre que tiene un montón de cosas en común con Summer. Después de todo, a los dos les encanta The Smiths. Los dos tienen debilidad por el artista surrealista Magritte. Tom una vez estuvo viviendo en Jersey y Summer tiene un gato que se llama Bruce. Como Tom dice meditando, “somos compatibles hasta en lo último”. Hacia el día 31, las cosas siguen adelante, aunque sea de manera “informal”. El día 32, Tom es irreparablemente golpeado, y sigue viviendo en un mundo fantástico y vertiginoso con Summer en su mente. Hacia el día 185, las cosas ya están en un grave limbo, pero no sin esperanza. Y a medida que la historia rebobina hacia atrás y hacia delante a través del “otra vez bien, otra vez mal”, a veces dichoso, a veces tumultuoso flirteo de Tom y Summer, la historia cubre el mareante territorio por entero, desde el enamoramiento, las citas y el sexo hasta la separación, las recriminaciones y la redención en un torbellino de saltos en el tiempo, pantallas divididas, números de karaoke y entusiasmo cinematográfico, todo lo cual se suma al caleidoscópico retrato del por qué y el cómo seguimos esforzándonos de modo tan risible y rastrero para encontrar sentido al amor… y esperar convertirlo en realidad.
No seas tan cruel, no busques más pretextos (de Kenneth Miller)
Muchos pueden reconocer este famoso estribillo (de la canción) de Soda Stéreo. Aunque "Prófugos" no sea aplicable a la trama de “500 días de verano”, el protagonista de la película, Tom, podría cantar repetidamente el famoso estribillo durante gran parte de la misma.
500 dias… es una película de premisas claras que invierte cánones clásicos. Ya al comienzo nomás nos advierten quién es Tom y de qué va la película. Como Blade Runner, para el cine de ciencia ficción, ésta película también pasó (casi) inadvertida para convertirse (auguro yo) en un clásico de su género. Y he aquí una cuestión (no importante) ¿es “500 días de verano” una… comedia romántica? No, no lo es ¿un dráma romántico entonces? Tampoco lo es ¿qué es entonces? Es, sencillamente, la historia del romance de dos personas: Tom y Summer.
En “500 dias…” el giro está puesto en las aspiraciones de los personajes. Espectadores acostumbrados a ver historias de amor en las que “ellas” representan versiones, sanas y moralmente aceptables, de Madame’s Bovary buscando ese único e inolvidable amor (los norteamericanos aman la expresión “The one”) mientras que “ellos” son partidos difíciles de resolver, que doblegarán su espíritu al final, abandonando la forma de soledad en que viven para aceptar que el amor les ha llegado…ésos espectadores: aquí pueden llegar a llevarse una sorpresa.
Summer advierte a Tom, ella no quiere casarse, lo de ellos es una amistad, no necesita que la protejan ni la defiendan; él, Tom, encontró “The one”, confía en el paso del tiempo y con eso es suficiente. ¿Captan el conflicto?
Como escribí antes, hay una inversión de cánones. Algo parecido sucedió con “The way we were” en la que Barbra Streissand era la militante que quería cambiar el mundo mientras que el pavote de Redford se había estancado con el ideal eléctrodoméstico de los 50; aunque, diría, en “500 días…” el machismo es residual (podria ubicarse en el subtexto, quizás), es un caso más de “hombres” que no “escuchan” lo que les dice la mujer (imagino mujeres aplaudiendo en éste momento). En todo caso, es bueno ver estos personajes femeninos en cine (lástima, en cuenta gotas) aquél de la Streissand y ésta Summer (Zoey Deschanel, cuyos ojos merecerían un ensayo propio).
Párrafo aparte para el guión, por el modo de distribuir la historia, y para la banda sonora (un relojito suizo: al momento adecuado la canción adecuada), incluído el momento en que Tom (el prometedor Joseph Gordon-Levitt) canta, advirtiendo, al ritmo de The Pixies, “Here comes your man”.
Tom podría haber cantado también “te comportas de acuerdo con lo que te dicta cada momento y esa inconstancia no es algo heroico, es más bien algo enfermo”…pero eso, quizás, hubiese sido un poquito machista de su parte.
500 dias… es una película de premisas claras que invierte cánones clásicos. Ya al comienzo nomás nos advierten quién es Tom y de qué va la película. Como Blade Runner, para el cine de ciencia ficción, ésta película también pasó (casi) inadvertida para convertirse (auguro yo) en un clásico de su género. Y he aquí una cuestión (no importante) ¿es “500 días de verano” una… comedia romántica? No, no lo es ¿un dráma romántico entonces? Tampoco lo es ¿qué es entonces? Es, sencillamente, la historia del romance de dos personas: Tom y Summer.
En “500 dias…” el giro está puesto en las aspiraciones de los personajes. Espectadores acostumbrados a ver historias de amor en las que “ellas” representan versiones, sanas y moralmente aceptables, de Madame’s Bovary buscando ese único e inolvidable amor (los norteamericanos aman la expresión “The one”) mientras que “ellos” son partidos difíciles de resolver, que doblegarán su espíritu al final, abandonando la forma de soledad en que viven para aceptar que el amor les ha llegado…ésos espectadores: aquí pueden llegar a llevarse una sorpresa.
Summer advierte a Tom, ella no quiere casarse, lo de ellos es una amistad, no necesita que la protejan ni la defiendan; él, Tom, encontró “The one”, confía en el paso del tiempo y con eso es suficiente. ¿Captan el conflicto?
Como escribí antes, hay una inversión de cánones. Algo parecido sucedió con “The way we were” en la que Barbra Streissand era la militante que quería cambiar el mundo mientras que el pavote de Redford se había estancado con el ideal eléctrodoméstico de los 50; aunque, diría, en “500 días…” el machismo es residual (podria ubicarse en el subtexto, quizás), es un caso más de “hombres” que no “escuchan” lo que les dice la mujer (imagino mujeres aplaudiendo en éste momento). En todo caso, es bueno ver estos personajes femeninos en cine (lástima, en cuenta gotas) aquél de la Streissand y ésta Summer (Zoey Deschanel, cuyos ojos merecerían un ensayo propio).
Párrafo aparte para el guión, por el modo de distribuir la historia, y para la banda sonora (un relojito suizo: al momento adecuado la canción adecuada), incluído el momento en que Tom (el prometedor Joseph Gordon-Levitt) canta, advirtiendo, al ritmo de The Pixies, “Here comes your man”.
Tom podría haber cantado también “te comportas de acuerdo con lo que te dicta cada momento y esa inconstancia no es algo heroico, es más bien algo enfermo”…pero eso, quizás, hubiese sido un poquito machista de su parte.
miércoles, 21 de abril de 2010
La Moviola en los medios 01
Dos notas que salieron en la red.
Una gracias a los amigos de Diario Panorama y la otra a Primer Plano News.
De nuevo gracias, su ayuda es muchísimo.
Una gracias a los amigos de Diario Panorama y la otra a Primer Plano News.
De nuevo gracias, su ayuda es muchísimo.
martes, 20 de abril de 2010
lunes, 19 de abril de 2010
La Sangre fria (Por Agustin Masaedo)
Ah... deja que entre el correcto
Y cuando finalmente lo haga
Diré que tenías derecho a morder
Al correcto y decir "¿qué te hizo tardar tanto?"
"¿Qué te hizo tardar tanto?"
Morrissey, “Let the Right One Slip In”
Hay dos citas de Morrissey en la novela de John Ajvide Lindqvist (editada en Argentina el año pasado, sin mucho ruido, como Déjame entrar) en la que se basa su propio guión de Let the Right One In.
Ninguna de ellas es la de acá arriba aunque la canción presente en la edición especial del álbum Viva Hate haya provisto, además del título, los versos que preceden al último capítulo del libro. La otra citada, que abre el primero –“Dichoso aquél que tiene un amigo así”–, resulta especialmente reveladora acerca del tipo de relación entre los universos del joven escritor sueco y del ex cantante de The Smiths. Traducida, dice más o menos “Nunca quise matar / No soy malvado por naturaleza / Hago lo que hago / sólo para parecerte / más atractivo a vos. / ¿He fallado?”.
Los protagonistas de Déjame entrar –mucho(s) más que los de Let the Right One In, que se concentra con inteligencia cinematográfica en Oskar y Eli– podrían suscribir a esas líneas: desde Håkan, el viejo que acompaña a Eli, hasta el plantel completo de perdedores del bar, enredados en una madeja de vínculos enfermos; desde los bullies que hostigan a Oskar para congraciarse con sus hermanos mayores hasta Tommy, un personaje ausente en la película pero fundamental en el texto original.
Tommy tiene unos pocos años más que Oskar; es el único chico que le presta algo de atención, aunque su diálogo se limite, más que nada, a intentos de reducir artefactos malhabidos, y aunque prefiera la compañía de los mayores para drogarse (en el sótano en el que Oskar trata de consumar su pacto de sangre –justo– con Eli). Como cualquier habitante de canción de Morrissey, Tommy trata de escaparse (de un padrastro/policía ejemplar, del miedo a tener que compartir el amor de su madre), aun sabiendo que huir puede ser más terrible que quedarse.Lindqvist se sirve de la voz de Tommy, como de la de los demás personajes, para armar el retrato coral de la Suecia de los ochenta.
No cualquier Suecia ni cualquier retrato; el espacio, tal como queda establecido desde la primera palabra de Déjame entrar, es uno solo e insustituible: Blackeberg, un suburbio de clase media de Estocolmo ganado al bosque en la década de 1950, planificado con prolijidad escandinava. “Una población de diez mil habitantes, sin iglesia. Eso ya dice bastante de la modernidad y racionalidad del lugar. Bastante de lo ajenos que eran a las calamidades y al terror de la historia. Lo cual explica en parte lo desprevenidos que estaban.”
El espíritu ilustrado bajo el ataque de lo que la razón non da: un tópico del terror escrito o filmado, como bien podría testimoniar el Ichabod Crane de La leyenda del jinete sin cabeza. Pero para los pobladores de Blackeberg el azote de lo inexplicable no representa un castigo sobrenatural por fallas de origen de la comunidad, por pecados pasados o por inconductas presentes, como para los de Sleepy Hollow. Blackeberg, justamente, no tiene pasado. En vez de eso, sobran las familias mal constituidas, los alcohólicos, los drogadictos, los desesperados. La imagen resultante de adoptar el punto de vista de esos seres en vez del, si se quiere, más inocente de Eli y Oskar –que en el libro, de cualquier forma, tiene un cubo Rubik, sí, pero también un pedazo de esponja llamado “bola de pis” para alivianar el oprobio de mearse encima cada vez que lo atacan sus compañeros– es revulsiva, terrible y desoladora. Es un mundo en el que resulta más fácil matar que amar, incluso para los chicos.
El único de los personajes que no acepta ese estado de cosas es Håkan: “Amor es poner la vida a los pies del otro, y de eso son incapaces las personas de hoy día”, se da valor cuando sale a cazar para su amada (inmortal). Porque –puede intuirse viendo Let the Right One In, pero sólo se hace explícito cuando, al principio del libro, va a la biblioteca pública a hacérsela chupar por un rumanito desdentado– Håkan es un pedófilo con todas las letras, el más extremo de los desesperados de Blackeberg y el más complejo de los puntos de vista que desarrolla Déjame entrar. Su papel en el relato va mucho más allá de la caída por la ventana con que Lindqvist y Anderson salvan el escollo de lo infilmable, y la secuencia climática que lo involucra –uno de los “dos finales” del libro, siendo el otro, claro, la escena de la piscina: pura potencia imaginaria cinemática, ya que en Déjame entrar está prácticamente elipsada– tiene que ser una de las cumbres del asco y el horror por escrito. Hay que tener mucha sangre fría para escribir algo así, y un sentido del humor muy negro y muy retorcido para, encima, rematarlo con un “todo lo que cuenta el libro es cierto, aunque ocurriera de otra manera”.
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